
Fue un miércoles por la noche y nevaba. Mi esposa y yo habíamos ido a una iglesia que visitamos con frecuencia para escuchar al predicador invitado, Keith Moore. Al comenzar el canto y la adoración al principio de la reunión, nos dimos cuenta que un hermano de color nuevo tocaba un órgano que se había quedado sin tocar durante varias semanas.
Era fascinante verlo tocar, cantar y adorar a Dios juntamente con los demás músicos y con la congregación. Llevaba grandes audífonos en la cabeza y su rostro resplandecía mientras tocaba y cantaba. Después de tres o cuatro coritos, hubo una pequeña pausa, luego este hermano tocó una breve introducción y comenzó a cantar – “Dios, alzaré mis ojos a los montes…” En seguida empezó el coro de la iglesia a acompañarlo “Sabiendo que mi ayuda eres tú.”
Por todos lados los congregantes alzaban las manos al cielo...
Era fascinante verlo tocar, cantar y adorar a Dios juntamente con los demás músicos y con la congregación. Llevaba grandes audífonos en la cabeza y su rostro resplandecía mientras tocaba y cantaba. Después de tres o cuatro coritos, hubo una pequeña pausa, luego este hermano tocó una breve introducción y comenzó a cantar – “Dios, alzaré mis ojos a los montes…” En seguida empezó el coro de la iglesia a acompañarlo “Sabiendo que mi ayuda eres tú.”
Por todos lados los congregantes alzaban las manos al cielo...